En primer lugar un deseo grande, una llamada difícil de explicar, muy personal y en la que influyen decisivamente los antecedentes familiares, la tradición cofrade y las relacciones sociales.
En segundo lugar, el poder participar en algo hermoso, perfecto y verdadero. El deseo de vivir una aventura, los aplausos, el protagonismo, las emociones vivas, el encuentro, la amistad y los grandes valores que se comparten bajo las trabajaderas.
Y en tercer lugar, pero no en último, el amor y la devoción a nuestros Titulares. La emoción de llevar sobre tus hombros al propio Dios de la Vida y a Nuestra Madre del Cielo. Un amor que por quedar demasiadas veces semioculto por los faldones de los pasos, por la pasión y las vivencias, no deja de ser, en lo mas íntimo del hombre, la más auténtica de todas las razones.
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