Es Sábado Santo. Cuerpo exánime, cortejo fúnebre, féretro de cristal, mueca de emoción. Virgen de los Dolores que entornas displicentemente los párpados, dramática estampa, anochecida de primavera. Me asomo a la azotea de mi infancia y recuerdo con claridad el rictus de amargura en tu bello e inigualable rostro; ése que en su día saliese de los giros de la gubia de Lastrucci y en ese corazón que te ha saltado del pecho, atravesado por siete espadas de dolor.
¿A quién no se le eriza el alma al ver los primeros rayos de luz reflejados en la bendita cara de nuestra Dolorosa?
Cómo duelen esas siete espadas que se clavan en el corazón que te sale del pecho. Silencio total. El silencio. En el silencio se oye mejor la voz de Dios. De ese Dios que exánime y yerto va delante. Es en ese momento mágico cuando comprobamos la grandeza de una Semana Santa más que se nos escapa como la tarde del Sábado Santo.
Mª del Carmen Prados Alvarez
Pregonera S. Santa 2006
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