Al Sábado Santo la liturgia lo llama un día "alitúrgico", que no es otra cosa que un día raro. Muchas vivencias contradictorias, muchas preguntas sin formular y, más aún, otras sin responder.
Estamos afectivamente a las puertas del Sepulcro del Maestro que ha muerto y bajado al lugar de los muertos. En la mañana del Sábado Santo contemplamos algo sobrenatural y extraordinario: el Sol que no alumbra, el Amor que yace muerto, la Vida ahogada, el huerto callado... y María, la mujer de la fe.
La vida necesita a la Vida, el sentido requiere de un Principio, porque para el cristiano, y desde hoy, la Vida nace de la muerte. Por eso tenemos que esperar a que se haga noche y ver que de las llamas nace la Luz y la Vida.
"Sí, es cierto: Cristo ha resucitado y nos espera en Galilea". Ese es el grito de una noche más clara que el día, pues es una invitación a que todo lo que está muerto en nosotros, surja y dé vida.
Esta es la Noche en que Cristo ha vencido a la muerte y al pecado y resurge victorioso de las profundidades del Abismo. Esta es la noche dichosa, clara como el día, iluminada por el gozo del cristiano. Así en esta noche santa Jesucristo, el que había muerto en la cruz resucita a la Vida y ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos... NOCHE DICHOSA EN QUE SE UNE EL CIELO CON LA TIERRA, LO HUMANO CON LO DIVINO...
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